miércoles, 7 de enero de 2009

Diario de un momento

Búscame cuando el sol deje de mirarte, decía y yo pensaba cuanto la quería volver a ver, solo un momento no servía de nada, siempre deseaba un poco más.
La carta que había dejado para que la leyera era muy fina tenia cierto aroma a verde pasión, yo caminaba por la ciudad conversando con los señores sombras mientras la reojeaba por todos lados buscando aquello que quería encontrar. Alguien parecido a mí, tenía mi misma nariz torcida, algo me decía pero no me hablaba, me gritaba pero no me hablaba.
Al final de la calle había una cascada, salían de ella dinosaurios sonoros, colores cálidos alquilaban el techo de la ciudad y yo en circular movimiento quería encajar pero no podía ser, los colores fríos son viles edipos, más semejantes a unas toallas mojadas sudorosas.
Sentía que solo en las sombras nos podíamos unir, y me sumergía más en mares desconocidos escasamente señalados.
El rojo tenía un cierto tinte, un no sé que, que me hacía observarlo, era tan redondo, tan alto que no podía ni imaginar tocarlo.
Repentinamente me dí cuenta que me había olvidado de continuar leyendo aquella carta.
Su informalidad me hacía recordar esa primera vez que ella me dijo Hola, mi nombre es…, tan risueña y encantadora, que no la olvido en este momento.
Yo no entendía porque me decía Carlos, si yo a Carlos no lo conocía pero era mi segundo nombre y a mí no me agradaba, a ella creo que si.
Quería cantar, tararear alguna canción de amor, entonar como un gran San Bernardo, pero no podía, mis amigos sombras qué dirían, se esconderían de mí.
En el espejo que se encontraba en diagonal trasera a mí se podía ver una maquina que parecía un flete lleno de muebles con un cierto número en el frente, no lo distinguía bien, aunque el tiempo me hubiera sobrado no podía, me incomodaba, estaba demasiado nublado.
Frente mío un negocio de televisores, todos en fila esperando mi noticia, lastima que yo solo era uno, los otros no iban a ser catalogados como yo…
El que estaba al lado mío sabía lo que iba a suceder, saber algunas veces es fácil, hacer es aquel preciado dinero que nadie quiere, no dijo nada más no hizo nada. El no me conocía ni yo a él, sus palabras no sonaron. No me quejo yo tampoco lo hubiera hecho.
Algo andaba mal, el tiempo continuaba deleitándose, me recordaba al momento que ella se iba o cuando Papá decía no y adiós.
Un reflejo, el sol parpadeo, un cartel y una mirada, solo una, las otras no lo pudieron ver, por las muchas cabezas o muchos hombros, yo lo sé porque el tiempo se detuvo.
Recordé la carta pero en mis manos no estaba, algo le había sucedido, me altere como se altera la sociedad por un rumor. Me sentía preso de pánico escénico, no me importaba el escenario sino la falta de accesorios para la escena. La carta no estaba, se había convertido en un avioncito de papel.
Ya que el tiempo estaba detenido me abalance hacia ella, la atrape o cogí da igual, y regrese al escenario, yo no podía faltar en esta obra. ¿Por qué me había dicho Carlos? Lo demás no importaba.
Yo sabía quien era Carlos, era yo. ¿Sería yo? O de cuál yo estamos hablando. De aquel “yo” o del yo “yo”. Solo importaba esa carta que me hacia recordar que como siempre todos se iban.

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